![]() |
Entrada a la Sacramental de San Justo por el paseo de la Ermita del Santo (foto web S.J.) |
El sábado 25, nos reunimos en la Sacramental de San Justo algunos antepasados de Salvador Páramo y López para conmemorar el 125º aniversario de su fallecimiento ocurrido el día 25 de abril de 1890.
Antes de la ceremonia, estuvimos hablando con el capellán para ultimar los detalles de la misma.
![]() |
Patio de San Miguel con la Capilla al fondo (foto web S.J.) |
Altar Mayor de la Capilla de San Justo (foto Bruna) |
Leyendo las lecturas y el Salmo (foto Bruna) |
PANEGÍRICO
(Escrito para el evento por Juan Carlos Zamorano Guzmán tataranieto del Escultor)
I
«La tradición humana de orar por los difuntos, por el bien de sus almas, y la de sus familiares y allegados que en la Tierra han dejado, entronca en nosotros los cristianos presentes por la herencia espiritual de aquellos paleocristianos, romanos convertidos que sentían que la persona y su alma pervivían mientras que su nombre fuera recordado por sus familiares y se orase por su alma y este intercediese ante el Ser Supremo.
Por esto mismo estamos aquí hoy reunidos: para rezar por el
alma de aquel bisabuelo, tatarabuelo o re tatarabuelo que hizo posible que hoy
estemos todos aquí sus descendientes, familia en primer, segundo o tercer grado
pero todos, con una porción del ADN de Salvador Páramo y López.
Seguramente el abuelo Salvador, humilde y poco amigo de
celebraciones; muy religioso y entregado a su familia, estaría contento de esta
sencilla ceremonia para acordarnos de él y conmemorar el centésimo vigésimo
quinto aniversario de su fallecimiento. Nunca es tarde. Allá arriba, seguramente,
no existe el tiempo.
II
Me gustaría resumir en unas pocas palabras su vida,
desconocida hasta ahora, para la mayoría de nosotros.
Fue Salvador, hijo de
la madrileña Dª Nieves López del Pozo y de Don Hilario Páramo y Torres, oriundo
de la ciudad de Burgos y funcionario nacional de Loterías, un puesto excelente
en aquellas fechas, que le permitía tratar con lo más granado de la Corte.
Tuvo
Salvador tres hermanos más, destacando Regino que fue pintor de Historia y que
posee una extensa obra.
Salvador pronto destacó como artista y con 19 años ingresó en
La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Después de recibir junto con Mariano Bellver, los rudimentos
de la imaginería, entró a trabajar en el taller de éste. Allí estuvo muchos
años hasta que se estableció por su cuenta.
Se casó a los casi treinta años con Dª Carmen Aguilar y Vela, hija
del Capitán de guardias de Corps, D. Francisco Javier de Aguilar-Anchía y
Mendoza de la distinguida familia hidalga de los Aguilar-Anchía que vivían en
el caserón blasonado de la calle de Embajadores 18, fue derribado por la
piqueta municipal hace unos años.
Seguramente ambos, Salvador y Carmen se conocieran al
coincidir en la Iglesia de San Cayetano, pues en esa época, Salvador vivía con
sus padres en la vecina calle del Oso. Se casarón en 1858.
Aunque la tatarabuela Carmen dio a luz trece hijos, solo le
sobrevivieron siete: tres hijos y cuatro hijas. De sólo tres de ellos, de
Pilar, de Loreto y de Miguel descendemos todos, pues fueron los únicos que
tuvieron familia. De los hijos vivos del matrimonio;
- El mayor, Salvador fue ingeniero de la Armada y llegó a General de División, se casó dos veces pero no tuvo hijos.
- Pilar la hija mayor, se casó con Ángel Zamorano discípulo de Salvador y a la muerte de éste heredó su taller; tuvieron siete hijos.
- Concepción se quedó soltera y está enterrada con sus padres en la tumba que después veremos.
- Loreto, que hacía las pestañas de las esculturas y era la más mañosa, se casó con Luis Arnaiz y tuvo dos hijas.
- Miguel se casó con Juliana y tuvieron ocho hijos, aunque sólo tuvo descendencia Juan, primo hermano de mi abuelo Paco que en Guerra le libró de la cárcel y seguramente del “paseíllo” con su aval.
- Ramona murió con seis años.
- E Hilario el pequeño, se casó también dos veces como su hermano mayor. Tuvo tres hijos que murieron pequeños y tampoco tuvo más descendencia.
De Salvador y Carmen, en fin, descendemos –contabilizados a
día de hoy- seis hijos, diecinueve nietos, casi treinta bisnietos, alrededor de
sesenta tataranietos y un número de choznos o retataranietos que no hemos
conseguido determinar, porque la familia está dispersa, los datos perdidos y no
hemos alcanzado a contabilizar toda esta quinta generación.
III
El día de la muerte de Salvador, un 25 de abril de 1890,
viernes para más señas, Carmen su mujer, contaba a su hijo Miguel ausente en
Filipinas, los últimos momentos de su padre:
«Hijo mío has perdido
un padre que era un santo y según su vida ha sido la muerte, recibiendo todos
los sacramentos; y me queda el consuelo de que no le ha faltado de nada, ni de
cuerpo ni de alma. Todos estuvimos de rodillas alrededor de su cama hasta que
expiró.
Ha estado 5 días malo
con calenturas catarrales reumáticas y tuvimos la desgracia que se le fijó el
reuma al corazón.
Nada me ha quedado por
hacer, pues en el momento que Don Félix me dijo que estaba grave, dije que
quería ir a junta con el mejor médico que hubiera, pues yo quería poner todos
los medios posibles para salvar la vida de tu padre, que ha sido un ángel para
mí, lo mismo que para todos sus hijos.
Pero por desgracia la
junta dijo que no se podía hacer nada más que lo que había hecho el médico de
cabecera y que desgraciadamente no tenía remedio…»
Yo creo que estas pequeñas líneas entresacadas de esa
correspondencia, nos hace ver cómo era Salvador.
Ese mismo día, su primogénito Salvador, estaba de travesía,
volviendo desde Filipinas a España, donde desembarcó el 5 de mayo.
No pudo ver a su padre con vida, ni Salvador padre pudo
conocer a la reciente mujer de su hijo.
Dejó un gran vacío y Carmen su viuda le sobrevivió casi
veinte años.
IV
Sirva en fin, este funeral, este homenaje y nuestros rezos,
por el alma del insigne imaginero Salvador Páramo y López; para honrar la
memoria de nuestro ancestro, un magnífico escultor y además, un hombre bueno,
humilde y trabajador, pero que como suele ocurrir en todas las épocas en la
España de nuestros quereres y nuestros pesares, nunca recibió las honras que
merecía.
Sus descendientes más volcados, nos hemos conjurado para
poner en valor su vida y su obra, para que sirva como ejemplo a las
generaciones presentes y venideras.
Salvador, nuestro lejano abuelo, está hoy aquí cerca, presente
en nuestros rezos y nuestras almas y él seguro que desde allí arriba rogará y
velará por todos nosotros, su familia.
Como dice el refrán, aunque hayan pasado ciento veinticinco
años: “Nunca es tarde para el bien hacer;
haz hoy (lo bueno) que no hiciste ayer".
Después, se continuo la misa propiamente dicha en la que estuvo especialmente cariñoso el capellán con la figura de Salvador, conocedor aquél de la figura del imaginero, ya que había "buceado" en la red para informarse de la vida y milagros del homenajeado.Capellán de la Sacramental durante la Homilía (foto Bruna) |
Al acabar la misa nos dirigimos al exterior para proceder a colocar en la tumba un precioso centro que había confeccionado Ángeles Bruna Páramo, mi prima, tataranieta como yo del Escultor.
Pero esto es ya punto de la siguiente entrada...
No hay comentarios:
Publicar un comentario